17 ago 2006


Animalitos de Dios
I

Roger Callois ha escrito, en sus investigaciones sobre lo que llama “fantastico-natural”, que en el universo existen elementos insólitos, privilegiados, los cuales responden a objetivos que son a la vez de la emoción lírica y de la imagen poética. Acertadamente ha señalado, por ejemplo, que el hipocampo no se parece en realidad a un caballo común (puesto que no tiene cuatro patas), sino más a un caballo de ajedrez. Esta ingeniosa observación, acompañada de otros hallazgos también maravillosos como el de la tortuga marítima caretta caretta gigas, en cuya caparazón se encuentra dibujada un águila bifronte semejante a los pictogramas que se pueden encontrar en las tiendas de algunas tribus de América del Norte, como el del escudo que se encuentra dibujado sobre el abdómen de la ciclocosmia truncata, araña de la península de Florida, tan parecido, dice, “a la esfigie de un astro implacable que exige sacrificios humanos”, y que se puede encontrar en el calendario azteca o en el pórtico de Tiahuanaco; hacen dudoso y hasta a veces risible el empeño de los botánicos y zoólogos por establecer en la naturaleza un orden clasificatorio que a medida que se intenta aplicar se revela cada vez más insuficiente, porque los seres, como en rebeldía, escapan continuamente a la serie demasiado simplista de “cuadrúpedos” o “mamíferos” en donde se los quiere acorralar.





La vieja división en tres reinos ha menudo se hace insostenible. Thomas Mann describe en su novela “Doktor Faustus” – en donde la narración juega constantemente con lo diabólico – un experimento realizado en la infancia del protagonista que llamaban “la gota voraz” y que consistía en mostrar cómo una gota de aceite en cierto medio químico adoptaba un comportamiento semejante a lo que podría denominarse “apetito” , irrumpiendo en las regiones habitualmente bien delimitadas entre lo animado y lo inanimado. También, por el lado de las teorías genéticas, energéticas, atómicas y termodinámicas se intentan explicar los misterios de la biología desde la física matemática. En plan de reducir lo múltiple a sus elementos más simples, algunos esfuerzos no se alejan en nada de aquella exclamación del cardenal Napellus, en el cuento de Meyrink, quien decía: “Si me fuese concedido un deseo, quisiera poder sondear con mi plomada hasta el centro de la tierra y poder gritar: ¡Mirad aquí, mirad allá: tierra y nada más que tierra!”.
II
Coincidiendo con Callois, los viejos cabalistas consideran al universo una escritura , y desde antaño Pitágoras concebía una correspondencia punto por punto entre números y cosas. Gersom Scholem, que indagó en las distintas corrientes talmúdicas, supo que la palabra griega stoijeion significaba a la vez “letra”, “elemento” y “átomo”. Ya Demócrito afirmaba que todo el ser se explica por el movimiento de los átomos, que eran para él lo indivisible, es decír, lo que no soporta un más allá, así como para los sabios de la Torá lo es la letra inarticulable de Dios, cuya Creación fue primero un Libro, antes de ser multitud de entes.

Desde el Génesis hasta acá, los que aparentemente pertenecemos a un reino superior, hemos querido explicar nuestra relación con los "otros" tres. Nadie que tenga una mascota en su casa ha dejado de preguntarse por la psicología del bichito, por pequeño o inexpresivo que sea (hay quienes afirman que la tortuga responde a su llamado), y son numerosas las anécdotas que intentan acortar el abismo que sentimos abrirse entre los que hablamos y los que son hablados. Montaigne, en plan de sostener contra el ateismo y el luteranismo, la naturaleza divina de la Creación, dice:

“Cuando yo me burlo de mi gata, ¿quién sabe si mi gata se burla de mi más que yo de ella?”.
Escritor a un pasito de los comienzos del racionalismo ( falleció cuatro años antes que naciera Descartes ), era capaz de contar y dar crédito a cosas como éstas:

“Los habitantes de Tracia, cuando tienen que marchar sobre un río congelado , se sirven como guía de un zorro que camina delante de ellos. El animal aproxima su oído al hielo hasta tocarlo para advertir si el agua corre cerca o lejos; de la observación encuentra que la masa es más o menos espesa y así avanza o retrocede. ¿Por qué no hemos de suponer que ese zorro hace un razonamiento idéntico al que nosotros podríamos hacer en caso de ejecutar la misma experiencia?: Lo que produce ruido se mueve, lo que se mueve no está helado, lo que no está helado es líquido y lo que es líquido no sostiene nuestro cuerpo”.
En dónde como por un sistema de vasos comunicantes, ya razona el zorro, ya Montaigne... Consideremos también esta otra, porque lo que abunda no daña:

“...los elefantes ejercen algunas prácticas religiosas, pues se les ve, después de lavarse y purificarse, levantar la trompa como si fueran brazos , fijar la mirada hacia el sol levante y permanecer durante largo tiempo en actitud meditativa y contempladora a determinadas horas del día, y ejecutan esta ceremonia por inclinación propia, sin enseñanza ni precepto”.
Y así muchas maravillas más, dignas de las mil y una noches, como la urraca del barbero de Roma que pasó días enmudecida luego de escuchar a unos trompeteros, meditando hasta alcanzar la imitación más perfecta de esa música; o el ritual practicado por dos bandos de hormigas para entregar el cadáver de una de ellas, contado por el filósofo Cleantes; o aquél perro lógico que debía seguir un rastro en un camino que se trifurcaba, y que después de olfatear en dos de los cursos posibles sin resultado, se lanzó al tercero sin dudarlo...

III

Algunos más antropomórficos que otros, los proyectos por convertir todas las cosas a la medida del hombre tiene la misma edad del hombre. La naturaleza nos resulta extraña, para algunos es signo de nuestra superioridad y para otros es sorpresa y maravilla a descubrir.


Sin embargo, aunque parezca mentira, ninguno de los que he nombrado hasta ahora tienen tan claro entendimiento como el padre Bertrand L. Conway, quien es autor de la obra “Buzón de preguntas” (objeciones contra la religión más corrientes en nuestro días), publicado en castellano en 1957, traducido del inglés por el reverendo P. Segundo Llorente, misionero en Alaska:
“343. Parece que la vivisección es inmoral, por la crueldad que supone contra los animales. ¿O es que no estamos obligados a tratar bien a los animales? – La vivisección es lícita y moral. Los animales fueron criados por Dios al servicio del hombre (Gen. IX, 3; salmo VIII, 8); por tanto, como dijo Santo Tomás, el hombre puede usar de ellos libremente, ya matándolos, ya de otra manera, sin hacerles por eso injuria alguna (Contra Gentiles, L, 3, c. 112, n. 7 ).”

Por mi parte, en mi infancia, después de leer los horrores de “La isla del doctor Moreau”, engendré la teoría de que en muchos de los rostros de los seres humanos están los signos del animal que será en otra vida (¿acaso no le asignamos a tantos esos apelativos: mono, loro, chancho, perro, y otros, que encajan tan adecuadamente? ). Mi hipótesis, contraria a la brahamánica, está basada en la firme creencia de que nuestra imposibilidad de unirnos al cosmos se debe a que hablamos, y que los animales son en realidad, seres humanos que han evolucionado y han aceptado el destino del eterno retorno, y por eso callan, y nos observan con renovada paciencia.

Delirios aparte, hoy para mi todo esto me resulta tan enigmático como la ¿sonrisa? de este plácido sujeto:

Post Data de un año después:
Alguien dijo que azar es necesidad. Pasado un tiempo, encuentro en este poema de T. S. Eliot algunas afinidades con lo que escribí. Para el poeta el hipo representa algo, podría decirse, bendito, o lo que sea absolutamente distinto de lo que la Verdadera Iglesia impone con su rebuzno infalible (con perdón de los buenos burritos ). Es, además, un bello e hipopómbico poema.

El Hipopótamo – T.S. Eliot

El hipopótamo de la gran grupa
reposa sobre la panza en el fango.
Si bien parece muy sólido
es meramente carne y sangre.

La carne y la sangre son débiles y frágiles,
y susceptibles a ataques de nervios;
mientras la Verdadera Iglesia no caerá jamás
porque se yergue sobre una roca.

Los ligeros pasos del hipo pueden errar
al abarcar finalidades materiales,
mientras que la Verdadera Iglesia no debe incomodarse
para recoger sus dividendos.

El pótamo nunca puede alcanzar
el fruto del mango en el mango:
pero los frutos del granado y del duraznero
sacian a la Iglesia viniendo de ultramar.

En la época del acoplamiento la voz del hipo
revela roncas y extrañas inflexiones;
pero cada semana oimos a la Iglesia alegrarse
de ser un sola con Dios.

El día del hipopótamo transcurre
en el sueño; por la noche va a cazar.
Dios opera en forma misteriosa: La Iglesia
puede dormir y nutrirse al mismo tiempo.

Vi al pótamo echar a volar
ascendiendo desde las húmedas sabanas,
y coros de ángeles en torno a él cantando
la alabanza de Dios, en sonoras hosannas.

Será lavado con la sangre del Cordero
y será rodeado por brazos celestiales.
Lo podremos ver en medio de los santos
tocar un arpa de oro.

Quedará lavado y blanco como la nieve
besado por todas las vírgenes martirizadas,
mientras la Verdadera Iglesia permanecerá acá abajo
envuelta en las miasmas de la niebla antigua.
FINISTERRE

Cuando eramos chicos, nuestra abuela nos contaba de un lugar en la tierra adonde iban a parar todas las cosas que el progreso de la ciencia, la luz de la razón, el espíritu de empresa, la fortaleza de la fe y la salvaguarda de las familias desechaban por inservibles y dañinas para la educación, la industria, el amor a Dios y las buenas costumbres. Ahí caían sin aviso ni maleta lobos feroces, caperucitas, hadas, duendes, elfos, ogros, hechiceros, unicornios, pegasos, pinochos, júpiter y platero y yo. Ese lugar se llamaba FINISTERRE, el fin de la tierra, nombre que seguramente se conservaba desde la época en que se creía que la tierra era plana, es decir, esos siglos de chatura entre Ptolomeo y Colón, en donde como ocurre con todos los paralelogramos, hay un punto en donde todo termina, finis.

Como resulta obvio, la luz de la razón... etc., tienen una objeción absoluta para la existencia de semejante lugar, y está dada en el hecho de que la tierra, según se sabe, es redonda. Por lo tanto, deducen que todos esos seres que nombré no están en ninguna parte, y tampoco existe ninguna parte. A lo sumo consienten en llamar a este conjunto extravagante “imaginación”, del mismo modo que en las matemáticas, la existencia de lo inconmensurable se resuelve nombrándolo con la letra i. Para colmo de males, las investigaciones científicas están demostrando que por más que agrandemos el ojo telescópico no nos encontraremos en esta galaxia más que con nuestra propia, aterradora soledad en los espacios cósmicos. Esto, por lo menos de mi parte, no hace más que aumentar la necesidad de hallarle un fin al mundo, un lugar en donde el mundo así como lo conocemos (horrible) termine y empiece otro en donde puedan habitar las cosas eternas. Hombres de largas polleras negras hablan acerca de la existencia de otro mundo adonde iremos a parar al fin de nuestra vida, pero de acuerdo a nuestra siempre limitada experiencia, no resulta muy congruente incribirse en un club cuya tarjeta de entrada es la de salida. En cambio que recuerdo que nuestra abuela decía que en ese lugar, FINISTERRE, las cosas eran invisibles, y sólo se podía tener acceso a ellas mediante un ungüento que aplicaban las hadas de por allí. Creo que, en parte, Internet es finisterre, y es el ungüento. Aquí vienen a parar millares de cosas que los socios que les mencionaba al comienzo no pueden controlar. Están buscando el modo y es posible que consigan algún día atrapar la burbuja, no lo sé, pero mientras tanto quiero aprovechar el momento para meter aquí muchas cosas que aún no andan en la red, cosas que han quedado pegadas a la tierra, desechadas, pisoteadas, olvidadas en rincones musgosos, entre las suaves pelusas y el polvo que soplan las escobas. Alguna vez llamé a estos hallazgos mis safaris de roedor literario, cuando iba a las librerías de viejo a revolver anaqueles en busca de revistas, libros, fotos, discos, en fin, proyectos de mucha gente que, con enorme esfuerzo, sostenía durante una, dos o tres temporadas de su vida, un ramillete de sueños perdidos, que quedaban por rescatar debajo de las grandes aplanadoras editoriales, de los apremios económicos o de los intrincados avatares de nuestra condición humana. El gusto estético de moda es un delicado censor, como también lo son el azar, y el olvido. Espero, en nombre de una desalentada curiosidad, que en esta región aún queden lugares para explorar.

16 ago 2006




Apuntes del diario de un pintor


Resulta escabroso, y no es sin un rubor en la cara que ahora escribo sobre inicios y fines cuando en algunos lugares de la tierra se están matando con una crueldad que no puede decirse inédita, porque si en algo tenemos añejamiento es en eso de infligirle a otro un daño, ya no para quitarle un bien que creemos necesitar, si no tan sólo para verlo sufrir. Siempre me asombró esa cualidad que está tan bien distribuida en todos, con cuánta facilidad se trasmite, cómo a la vez genera horror y complicidad, temor y coraje innecesario. Las fotos, distribuidas por la red, por los blogs, de esas niñas enviando mensajes en los misiles israelitas, para otros niños como ellas, me estremecieron más que las otras, ya obscenas, de los cadáveres. Recordé cuando una amiga me contaba que un primo de ella, en la infancia, enterraba gatos vivos en la arena de una playa de su ciudad; y cómo ella y su hermano corrían desesperados a rescatarlos cuando lo veían regresar, ufano y soberbio, de sus incursiones cruentas. Recuerdo también haber matado gorriones y palomas, por el placer de verlos caer desde los hilos del teléfono, o de alguna rama elevada desde donde no podían verme. Me pregunto si aquellas crueldades son de la misma estofa que la de estas niñas, o si por el contrario están llenas de odio y de un deseo de venganza que no podría representarme. Tal vez del otro lado podría encontrarme con un odio igual, pero me cuesta no ver en esto, además del posible fanatismo o quizás, de una idea simple y primitiva de la justicia, del ojo por ojo, cierto regocijo, cierta impudicia en ese contacto casi promiscuo con el mal. Pensando en ese despliegue casi deportivo de la matanza, recordé los apuntes del diario de un pintor israelita, Iván Schwebel, publicados en el 84 en la revista Ariel. Eran apuntes inspirados en la guerra libanesa de junio de 1982, y por una ya no extraña coincidencia, Schwebel había intentado reproducir una escena del Libro de Samuel, sobre las calles de la moderna Jerusalem, es decir, New York.

Entonces no interpreté por qué en los personajes de su obra, pintaba los rostros de algunos jugadores de béisbol famosos en las Grandes Ligas, si aquello era un signo de cruce entre civilizaciones, si era un toque humorístico, etc. Ahora creo haberme aproximado un poco más a su intuición. Con óleos que desbordan, que se escurren y rebasan las líneas de tinta, de grafito, que intentan ponerle un tope a los escenarios, de tiempos distintos y de geografías distintas, Schwebel intenta ligar pasado y presente ( un pasado mítico y un presente casi irreal, inconcebible en sus excesos ). Pero escuchemos lo que busca y cómo lo dice en su diario : “De blanco a amarillo, rojo o azul, un sorbete de crema helada mixta. ¡Una lamida y la guerra desaparece! Pintar con eso y la guerra se esfuma. En otras palabras, el rojo comienza a bailar, en vez de sangrar.”




Se trata de un episodio de la vida de David, de su pecado de lujuria con Batsheva, del engaño de Uriel, y de su crimen despues (Samuel, Libro II – 11,13 ); pero lo que ha descubierto Schwebel, aunque quizás no se ha detenido mucho allí, es “a uno de los que echaban piedras en el tiempo de David”, es decir, la primera intifada, que, agrega , se puede leer en II Samuel, 16,5 – y que aquí transcribo, desde mi biblia de Nacar-Colunga, por parecerme que tiene actualidad, sobretodo para pensar en ciertas posiciones de aquellos que dicen tener por estrella la del legendario y apasionado Rey:

Semei ultraja a David


Cuando llegó el rey a Bajurim salióle al encuentro un hombre de los de la casa de Saúl, de nombre Semei, hijo de Guera, que se adelantó profiriendo maldiciones y tirando piedras a David y a los servidores de David, aunque iban los hombres de guerra a la derecha y a la izquierda del rey. Semei decía, maldiciendo: “Vete, vete, hombre sanguinario y malvado!. Yavé hace recaer sobre tu cabeza toda la sangre de la casa de Saúl, cuyo reino has usurpado, y ha entregado tu reino en manos de Absalón, tu hijo. Te he dado lo que tú mereces, porque eres un hombre sanguinario.” Entonces Abisai, hijo de Sarvia, dijo al rey: “¿Cómo se atreve ese maldito perro muerto a maldecir al rey?. Déjame, te ruego, que vaya a cortarle la cabeza.”, pero el rey le respondió: “¿Qué tenéis que ver conmigo, hijos de Sarvia?. Dejadle que maldiga, que si Yavé le ha dicho: Maldice a David, ¿quién va a decirle: por qué lo haces?”.

David dijo a Abisai y a todos sus seguidores: “Ya veis que mi hijo, salido de mis entrañas, busca mi vida; con mucha más razón ese hijo de Benjamín. Dejadle maldecir, pues se lo ha mandado Yavé. Quizás Yavé mirará mi aflicción y me pagará con favores las maldiciones de hoy”.

Vaya, pues, para que los hijos de David enseñen a sus hijos la piedad de David.