16 ago 2006




Apuntes del diario de un pintor


Resulta escabroso, y no es sin un rubor en la cara que ahora escribo sobre inicios y fines cuando en algunos lugares de la tierra se están matando con una crueldad que no puede decirse inédita, porque si en algo tenemos añejamiento es en eso de infligirle a otro un daño, ya no para quitarle un bien que creemos necesitar, si no tan sólo para verlo sufrir. Siempre me asombró esa cualidad que está tan bien distribuida en todos, con cuánta facilidad se trasmite, cómo a la vez genera horror y complicidad, temor y coraje innecesario. Las fotos, distribuidas por la red, por los blogs, de esas niñas enviando mensajes en los misiles israelitas, para otros niños como ellas, me estremecieron más que las otras, ya obscenas, de los cadáveres. Recordé cuando una amiga me contaba que un primo de ella, en la infancia, enterraba gatos vivos en la arena de una playa de su ciudad; y cómo ella y su hermano corrían desesperados a rescatarlos cuando lo veían regresar, ufano y soberbio, de sus incursiones cruentas. Recuerdo también haber matado gorriones y palomas, por el placer de verlos caer desde los hilos del teléfono, o de alguna rama elevada desde donde no podían verme. Me pregunto si aquellas crueldades son de la misma estofa que la de estas niñas, o si por el contrario están llenas de odio y de un deseo de venganza que no podría representarme. Tal vez del otro lado podría encontrarme con un odio igual, pero me cuesta no ver en esto, además del posible fanatismo o quizás, de una idea simple y primitiva de la justicia, del ojo por ojo, cierto regocijo, cierta impudicia en ese contacto casi promiscuo con el mal. Pensando en ese despliegue casi deportivo de la matanza, recordé los apuntes del diario de un pintor israelita, Iván Schwebel, publicados en el 84 en la revista Ariel. Eran apuntes inspirados en la guerra libanesa de junio de 1982, y por una ya no extraña coincidencia, Schwebel había intentado reproducir una escena del Libro de Samuel, sobre las calles de la moderna Jerusalem, es decir, New York.

Entonces no interpreté por qué en los personajes de su obra, pintaba los rostros de algunos jugadores de béisbol famosos en las Grandes Ligas, si aquello era un signo de cruce entre civilizaciones, si era un toque humorístico, etc. Ahora creo haberme aproximado un poco más a su intuición. Con óleos que desbordan, que se escurren y rebasan las líneas de tinta, de grafito, que intentan ponerle un tope a los escenarios, de tiempos distintos y de geografías distintas, Schwebel intenta ligar pasado y presente ( un pasado mítico y un presente casi irreal, inconcebible en sus excesos ). Pero escuchemos lo que busca y cómo lo dice en su diario : “De blanco a amarillo, rojo o azul, un sorbete de crema helada mixta. ¡Una lamida y la guerra desaparece! Pintar con eso y la guerra se esfuma. En otras palabras, el rojo comienza a bailar, en vez de sangrar.”




Se trata de un episodio de la vida de David, de su pecado de lujuria con Batsheva, del engaño de Uriel, y de su crimen despues (Samuel, Libro II – 11,13 ); pero lo que ha descubierto Schwebel, aunque quizás no se ha detenido mucho allí, es “a uno de los que echaban piedras en el tiempo de David”, es decir, la primera intifada, que, agrega , se puede leer en II Samuel, 16,5 – y que aquí transcribo, desde mi biblia de Nacar-Colunga, por parecerme que tiene actualidad, sobretodo para pensar en ciertas posiciones de aquellos que dicen tener por estrella la del legendario y apasionado Rey:

Semei ultraja a David


Cuando llegó el rey a Bajurim salióle al encuentro un hombre de los de la casa de Saúl, de nombre Semei, hijo de Guera, que se adelantó profiriendo maldiciones y tirando piedras a David y a los servidores de David, aunque iban los hombres de guerra a la derecha y a la izquierda del rey. Semei decía, maldiciendo: “Vete, vete, hombre sanguinario y malvado!. Yavé hace recaer sobre tu cabeza toda la sangre de la casa de Saúl, cuyo reino has usurpado, y ha entregado tu reino en manos de Absalón, tu hijo. Te he dado lo que tú mereces, porque eres un hombre sanguinario.” Entonces Abisai, hijo de Sarvia, dijo al rey: “¿Cómo se atreve ese maldito perro muerto a maldecir al rey?. Déjame, te ruego, que vaya a cortarle la cabeza.”, pero el rey le respondió: “¿Qué tenéis que ver conmigo, hijos de Sarvia?. Dejadle que maldiga, que si Yavé le ha dicho: Maldice a David, ¿quién va a decirle: por qué lo haces?”.

David dijo a Abisai y a todos sus seguidores: “Ya veis que mi hijo, salido de mis entrañas, busca mi vida; con mucha más razón ese hijo de Benjamín. Dejadle maldecir, pues se lo ha mandado Yavé. Quizás Yavé mirará mi aflicción y me pagará con favores las maldiciones de hoy”.

Vaya, pues, para que los hijos de David enseñen a sus hijos la piedad de David.


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